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La voces que me habitan

  • 14 abr 2021
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 11 may 2021


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He aprendido con los años

a masacrar todas las voces

que me habitan desde niña.

Sentada a la mesa

entre tres generaciones de mujeres

me preguntó frente al espejo

por aquellas que fueron

y que por mi causa ya no son.







Mi madre (que ya es abuela)

sonríe ante mis reclamos

y me contesta sin remordimiento

que a eso le llaman "madurar",

que no exagere,

pero yo siento en su mirada cansada

que me engaña,

que las hemos masacrado a todas

y que ha sido su dios

quién nos ha enseñado a hacerlo.

Cada noche escucho entre mi cabeza

el sonido de unas alas

tratando de escapar por mi garganta

como un coral de arcángeles desnudos.

La conciencia me somete

en todos los escenarios posibles:

en la oficina, en el parque, en mi hogar (...)

Camino sin caminar sobre mis pasos

deambulando al filo de cualquier precipicio

mientras una sonrisa macabra se desliza

a hurtadillas por los pasillos de mi mente.

Confieso frente a este espejo vacío

(mi infierno dantesco)

que he aprendido a asesinar

a todas esas voces subversivas

de mil y un maneras diferentes

y qué me he vuelto cada día más hábil

en consumar dicha tarea suicida.

A la mayoría de aquellas voces las acuchille

hace una década en la calidez de mi cocina

destripando su inocencia con sevicia

para servirlas en la última cena con mi esposo,

a las más tiernas las he ahogado en lágrimas

para que no lloren

mientras sueñan en sus cunas

y a otras tantas las he apedreado

hasta la muerte por herejes.

Últimamente las decapitó una por una

con los cabellos que brotan

de mis venas como hilos.

Ya no gritan ni sollozan:

sus cabezas cuelgan como frutos

en el árbol del "pecado".

Sentada a la mesa

entre tres generaciones de mujeres

he dejado de escuchar, por fin, sus escuálidas voces

para escuchar el clamor erguido

de una sola voz: mi voz,

deshojándose palabra por palabra

entre mis dedos

mientras saboreo la dulzura de su sexo

extinguiéndose como una llama

sobre la punta de mi lengua.

Siento (como seguramente sentí al nacer)

el hervor liquido de mil y un agujas

vivificando este cuerpo decadente

heredado de mi padre,

de tierra, agua y aire.

Sobre la lápida de mis múltiples yo

descansa un nombre entre laureles

esperando el momento de despertar

sobre las aguas, cantando al unísono :

¡Qué se haga la luz, la noche y un mundo nuevo!

Eva ya esta hecha y dormita entre mis brazos.


Verónica Alejandra River

2014

Revisada y editada en el año 2020.


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