Beatriz y Laura: encuentros y desencuentros en la percepción de “la Donna Angelicata” renacentista.
- Verónica Alejandra River
- 16 abr 2021
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 27 jun 2021
Por Verónica Alejandra River

“Quien sabe de dolor, todo lo sabe”
Dante Alighieri
Las diferencias en la manera como se aborda a la mujer amada en la obra de Petrarca y Dante son evidentes. Mientras la concepción de la musa en Dante se acerca al tópico renacentista de la Donna Angelicate en su componente más etéreo, abstracto y espiritual, encontramos en Laura la contraparte más terrena de esta visión: los cabellos dorados, la piel blanca y la boca encantadora, que son descritos magistralmente una y otra vez en varios pasajes del cancionero, entre los que cabe resaltar por su fama y belleza, el canto número 90:
Estaban los cabellos de oro al aire suelto,
Que en mil dulces nudos los envolvía;
Y ardía sobremanera la dulce luz
De aquellos bellos ojos, que hoy tan escasamente lo tienen;
Y el rostro de compasivo color volverse,
No sé si verdadero o falso, me parecía:
Yo, que la amorosa yesca que en el pecho tenia,
¿Por qué asombrarnos si en seguida ardi?
(Petrarca, pág. 187)
Esta icónica figura femenina que no necesita revelar una belleza espiritual pura y verdadera a través de la mirada para seducir a un hombre, se convierte gracias a esta descripción que hace Petrarca, en una de las tantas precursoras literarias de la futura femme fatale occidental. Sus rasgos físicos exaltados por generaciones de escritores y artistas posteriores logran atravesar la historia de la literatura desde el renacimiento italiano hasta nuestros días, enraizándose en todas las esferas del subconsciente colectivo a través de la literatura, la pintura, la música y el cine.
Por otro lado, encontramos la percepción femenina de Dante, un escritor anterior a Petrarca y fuente de inspiración de este último. En la obra del escritor florentino no encontramos la más mínima descripción física de Beatriz, su musa inspiradora, donde el autor pretenda realzar la belleza terrenal de esta enigmática mujer. Desconocemos de ella lo que si conocemos con Petrarca: el color del cabello, de ojos y piel de la amada. El lector que se enfrente a los textos de Dante debe imaginarse a través de la descripción que el escritor hace de sus actos y de las sensaciones que en él despierta, cual pudo llegar a ser el aspecto físico de esa joven en las diversas etapas en que se cruza con el protagonista de la Divina Comedia: a los nueve, dieciocho y veintisiete años, respectivamente. Este anhelo de Dante de sobreponer la riqueza moral y espiritual de la amada por encima de su apariencia, parece revelarnos un carácter iconodulo que privilegia otros sentidos y características extrasensoriales por encima del placer que produce la imagen viva a través de la vista.
Entonces, ¿qué tiene Dante para ofrecernos de Beatriz? Ante todo la imagen de una doncella de carácter sensible y piadosa, que posa para el lector adornada con un velo ligeramente alegórico, como nos la presenta el escritor en La vida nueva:
Ella había estado en esta vida tanto tiempo como emplea el estrellado cielo en moverse hacia oriente una de las doce partes de un grado, y así, casi al principio de su noveno año apareció ante mí, y yo la vi casi al final de mi noveno. Apareció vestida de un muy noble color, humilde y honesto, purpureo, ceñida y adornada a la manera que convenía a su jovencísima edad.
(Dante, pág. 35)
Esta percepción tan divergente de la amada entre ambos autores parte, al parecer, de una concepción ligeramente diferente del amor y de Dios. Dante toma para si la figura de la amada, haciendo de ella y del amor, una experiencia íntima y espiritual que se eleva por encima de las convenciones de la época. Para ello despoja de su vestidura santa a la iglesia y hace del amor, no físico sino espiritual, entre él y su amada, el único punto de enlace que lo ata como mortal a la divinidad cristiana, sin temor a caer en la herejía. Esa ruptura y rebeldía representa una señal de originalidad para la época, además del hecho de haber escrito la mayor parte de su obra en vulgare y no en latín. Por eso no resulta extraño que Beatriz pierda después de su muerte cualquier rasgo terrenal y adquiera para Dante un aire metafísico que reemplaza cualquier papel de los ministros de Dios en la tierra y en el cielo. No podemos olvidar que es ella la encargada de enseñarle a Dante el camino a Dios mientras Virgilio, el poeta pagano, es el encargado de revelarle el purgatorio y el infierno en La divina comedia. De esta manera, nos encontramos con un Dante que da un paso más allá de lo que en algún momento nos ofrecieron los trovadores y su idea del amor cortes, refinando para el lector culto el concepto de la donna angelicate creada por G. Guinizelli y perfeccionada por Dante hacia un estado más puro y menos convencional.
Ahora bien, la desvinculación de la amada del plano terrenal da sus indicios en Dante mientras ella aún vive y los sueños del escritor revelan el oscuro acontecimiento que se avecina, a diferencia de Petrarca que no logra desvincular del todo a su amada del plano terrenal ni siquiera después de su muerte. A pesar de que el escritor pretende en vano convertir a Laura en una especie de aliciente espiritual al final del cancionero, desiste de esta opción casi al instante. En el canto 364, nos encontramos con un Petrarca maduro que se siente profundamente arrepentido de perder el tiempo amando en vano durante 21 años. Ya no cree en reconciliar su amor con Laura en un más allá como nos lo hizo pensar en el canto 302. Finalmente en el último canto, el 366, Petrarca se conforma después de mucho sufrir por amor, con la imagen benevolente de la Virgen Maria, capaz de perdonar sus pecados ayudándolo a trascender a la vida eterna. Laura ha desaparecido abruptamente del escenario al final de la historia y su imagen diáfana y terrenal es reemplazada por la clásica figura de la virgen a la que pide consuelo y agradece que el amor infame entre Laura y él nunca se hubiere consumado para perjura de ambos. Hay, a diferencia de Dante, una vuelta a la visión católica del cielo y el infierno donde la figura de la amada se diluye sin alcanzar la transcendencia que alcanza en Dante.
En su introducción a la Vida Nueva, Enrico Fenzi nos dice: “Dante afirma que el amor consiste en una experiencia transformacional que invade y exalta todas las potencias del alma, tendente a conquistar la propia perfección a través de un acto de entrega total al objeto que la trasciende” (Dante, pág. 17) y distingue cierta influencia de la concepción del amor que tiene San Agustin en la obra Dantesca: “para el santo, el amor no es otra cosa que la voluntad, y en especial una voluntad intensa que puede ser orientada hacia objetivos buenos o malos pero que en si misma, es constitutiva de la esencia de cualquier criatura.” (Dante, pág. 14) Ese acto de amar consiente y devoto que eleva a los hombres por encima de las bestias es el principio de salvación para Dante. Por esta razón no se permite hallar en el amor esa fuerza hostil y oscura que arremete contra el hombre desde el exterior y que consume su razón y libre albedrío como si sucede en Petrarca. El amor terrenal no trasciende y libera sino que ata al mundo de los sentidos según se percibe en la obra de este último autor. Tal vez ese es uno de los puntos de desencuentro más álgidos entre ambos escritores.
Es claro que Petrarca no esta interesado en hacer de Laura una segunda Beatriz porque sus intereses van encaminados a otro punto. Su percepción de amor hace que al final de su vida la pasión insensata que siente hacia Laura lo aleje cada día mas de la divinidad y, de paso, lo despoja de la paz interior que busca con desespero. En contraposición, Dante parece reconciliarse con la divinidad a través de Beatriz y resignarse a hallar cierta paz en su representación. Cabe anotar en este punto que el dominio que Petrarca hace de la imagen es evidentemente sensual y ejerce un poder importante en sus estados de ánimo que sufren una evolución a lo largo del cancionero desde la pasión más devota hasta el ascetismo más fuerte, muy parecido al proceso que encontramos en las confesiones de San Agustin, que parece ser unos de los libros de cabecera del autor. En cambio, notamos que Dante, a pesar de no lograr ese proceso introspectivo que caracteriza la obra de Petrarca, si logra lo que este no puede: que la imagen de la amada se eleve a una dimensión más abstracta e instructiva sin caer en el ascetismo renegado de quien no ha obtenido lo que carnalmente desea y se niega a sí mismo o le es negado por diversas razones. En otras palabras, en Dante si se da un proceso de liberación a través de Beatriz, en Petrarca no, aunque le queda la riqueza de una búsqueda interior que Dante jamás se atrevió a explorar.
Para lograr esta dimensión abstracta que caracteriza la imagen de Beatriz, Dante hace uso de un lenguaje a veces oscuro y encriptado que combina símbolos, alegorías y metáforas conocidos desde la edad media y que provienen en su mayoría de la tradición mítica latina y de la cosmogonía judeocristiana. Además, Dante incorpora imágenes y números con un significado astrológico y cabalístico. Por eso el número nueve es clave en su obra. Lo llamativo es que este escritor no cae en la trampa de hacer de su escritura una enorme alegoría accesible en su totalidad sólo a los “iniciados” como si sucede en cárcel de amor de Diego de San Pedro, sino que el mensaje general es captado fácilmente por el público a pesar de sus fragmentos oscuros, fragmentos que Petrarca decide cercenar por completo en su obra.
La poesía de Petrarca es de una claridad impresionante a pesar del uso que hace el poeta de todo tipo de recursos fonéticos, semánticos y sintácticos. Laura, a diferencia de Beatriz, adolece de un "realismo" inconmovible. Ese es quizás uno de los rasgos más distintivos que heredara para la poesía neoclásica posterior, mientras que la poesía de Dante con una Beatriz más idealizada y enigmática se convertirá en fuente de inspiración para escritores románticos, simbolistas, surrealistas, entre otros. Eso sí, el componente fatídico del amor parece tener definitivamente una vena Petrarquista mientras el trascendental es de naturaleza Dantesca.
Se dice que representar algo o alguien es hacer presente lo ausente. La imagen abstracta de Beatriz a diferencia de la de Laura está allí para cubrir una carencia, aliviar una pena. La imagen sensual de Laura no llena un espacio pero si logra ahondar un vacío. La vieja dicotomía teológica entre el alma y el cuerpo parece resolverse en el primero a través del alma y en el último través del cuerpo. Sin embargo, su anhelo de liberación es el mismo. Juan Calvino, un reconocido iconofilo que luchaba contra la idolatría hacia las imágenes en el seno de la iglesia, manifestó en alguna ocasión que “El hombre nunca se pone a adorar las imágenes en las que él no ha concebido una fantasía carnal y perversa”. Petrarca no niega esa fantasía en Laura así las convenciones morales de la época no le permitan manifestarlo abiertamente. Al final de su vida a este escritor sólo le queda el arrepentimiento de amar tan desmedidamente a una mortal, sintiéndose culpable por la soledad que deja su partida y buscando, finalmente, refugio y trascendencia en la Virgen María, otra celebre imagen femenina, que contiene los mismos rasgos de su amada, pero que ha sido construida durante siglos en el seno de la iglesia católica, muy lejos de la representación Dantesca de Beatriz.
BIBLIOGRAFIA
ALIGHIERI, DANTE. La Vida nueva. Prólogo de Enrique Fenzi. Traducción a cargo de Julio Martinez Mesanza. Ediciones Siruela. Madrid, España. Año 2003.
DEBRAY, REGIS. Vida y muerte de la imagen. Paidos Iberica. Madrid, España. 320 págs.
HAUSER, ARNOLD. Historia social de literatura y del arte. Tomo 1. Editorial Labor. Bogotá, Colombia. 440 págs.
PETRARCA, FRANCESCO. El Cancionero. Edición Bilingüe. Traducción a cargo de Atilio Pentimalli. Editorial Ediciones 29. Madrid, España. Año 1976. 340 págs.
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