“Polen y escopetas”: un acercamiento a la poesía de la violencia bipartidista en Colombia
- Verónica Alejandra River
- 15 abr 2021
- 10 Min. de lectura
Actualizado: 28 jun 2021
Por Verónica Alejandra River

Polen y escopetas pretende llenar, como lo indica su autor, el profesor Juan Carlos Galeano, “el vacío existente en Colombia de estudios sobre la producción poética de la violencia” (1), una tarea que lo lleva a abordar y analizar la poesía publicada en nuestro país entre los años 1930 y 1960. Aunque el conflicto armado Colombiano es notablemente más antiguo y las expresiones poéticas y narrativas que de ella emergen son casi infinitas, Galeano decide centrarse exclusivamente en la producción poética realizada durante este periodo, recordado en los libros de historia como “la época de violencia bipartidista”, que re configuro como nunca antes, el paisaje urbano y rural colombiano al legarle aproximadamente dos millones de desplazados y doscientos mil muertos a nuestra historia bélica nacional. Partiendo de una cuidadosa selección elaborada por el mismo autor, Galeano busca a través de las 154 páginas que componen este libro, algo poco común entre las investigaciones que abordan esta clase de temas desde la literatura: hacer aflorar al desnudo algunas de las voces desconocidas de la violencia, de las tantas que parecen estar condenadas a ser devoradas por un silencio sepulcral en Colombia. Desde poetas desconocidos hasta grandes escritores participes de importantes revistas como Mito, son sujetos de análisis en este libro que incluye aspectos tanto historiográficos como críticos de sus obras. A pesar de que “la poesía de la violencia” no existe como una categoría definida en el campo de los estudios literarios, sino que se clasifica como un subproducto de la mal llamada “poesía social o comprometida”(2), es importante señalar su influencia en nuestras letras y analizar sus particularidades si se desea abordar la historia de nuestra producción literaria nacional de una manera íntegra, pues ella ocupa buena parte de sus páginas aunque casi siempre se haya mantenido al margen de otras expresiones poéticas enfocadas en temas de menor gravedad social. Basta con observar la gran variedad de poetas de diferentes etnias, estratos socioeconómicos y posiciones geográficas que hacen parte del muestreo poblacional que aborda este libro para entender el enorme impacto social que tuvo en su momento la violencia bipartidista en Colombia, lo que justifica en cierta medida, el análisis que realiza Galeano de este tipo de poesía y la necesidad de prolongar su tarea. Con el fin de clasificar y analizar la poesía que surgió en Colombia durante este periodo, Eduardo Galeano opta por realizar un acercamiento de corte contextualista (con cierto tinte inmanentista) tratando de explicar el surgimiento y la evolución de estas manifestaciones poéticas privilegiando, como ya se ha dicho, el contexto sociopolítico, económico y cultural en que tuvieron lugar. Para empezar, el autor hace un breve recorrido histórico de la poesía en Colombia resaltando la influencia de la literatura extranjera y abordando grosso modo algunas teorías de corte antropológico y sociológico que pretenden explicar el origen de la violencia en nuestro país y sus manifestaciones literarias y artísticas. Posteriormente pasa a centrarse en el contexto histórico que alimenta esta literatura: la rencilla bipartidista, haciendo especial énfasis en el papel que jugó la iglesia durante los gobiernos conservadores para concluir hablándonos del auge de los sindicatos, las reformas liberales del gobierno de López Pumarejo y el ascenso al poder del presidente conservador Mariano Ospina Pérez, poco antes del estallido del Bogotazo, que partió en dos la historia de la violencia bipartidista en Colombia hasta llegar al punto culmine con la aparición del Frente Nacional. Tan pronto el autor sella este breve recuento histórico, nos introduce en las temáticas que tratara en su estudio crítico, mencionando algunos ejes fundamentales alrededor de los cuales tejera su análisis. En él, explorara algunos tópicos comunes en esta clase de textos que abordan la violencia en la literatura, como el análisis de la imagen simbólica de la muerte y la figura mítica del héroe para pasar a abordar las voces desencantadas de los nadaistas y la visión políticamente comprometida de algunos escritores de la revista Mito como el poeta Jorge Gaitán Duran, con el proyecto de nación. Será precisamente uno de sus poemas más insignes: Polen y escopetas, quien le proporcione el título a este controvertido libro. En la introducción a la Historia de la poesía colombiana, siglo XX (2006), Juan Jacobo Cobo Borda señala que nuestro país es un país de poetas, aunque muy pocos de ellos escriban buena poesía y alcancen el umbral de la fama (Cobo Borda, pág. 8). Acentuando está perspectiva crítica un poco pesimista de la poesía nacional, Galeano parece apoyar a su vez aquella percepción del la poesía colombiana cuya población, en particular la más vulnerable, busca a través del canto y la poesía un punto de fuga para sus más hondos sentimientos, que vienen, como se podrá analizar a lo largo del libro, muchas veces contaminados por viejas utopías y discordias políticas y religiosas heredadas del viejo mundo, mientras la comunidad letrada hace a su vez lo suyo apropiándose de ese mismo sentimiento pero de una manera más elocuente y menos mordaz (Galeano, pág. 28) Una vez terminamos de leer la introducción a Polen y escopetas, nos enfrentamos a su primer capítulo titulado “semillas de la esperanza”, que sin lugar a dudas es uno de los más interesantes del libro no sólo por su contenido sino porque guarda una relación directa con el último capítulo: “las cosechas de la muerte”. En este capitulo, Galeano va a sustraer y jugar, con dos imágenes recurrentes en este tipo de poesía que son sumamente trascendentales para comprender el fenómeno de la violencia en consonancia con la recreación mítica de los ciclos del hombre: la imagen del cuerpo inerte y de la sangre que equivalen correspondientemente a la imagen de la semilla (ligada al verbo o la palabra) y el agua de la vida (ligada al vino), tan recurrentes en la literatura romántica, simbolista y surrealista y en la escatología cristiana. Ambas imágenes se complementan a su vez en el libro con la visión mítica del héroe que fecunda la tierra con la sangre de sus adversarios, una imagen que proviene a su vez de la literatura caballeresca de la edad media, pero que aplicada en este contexto puede llegar a ser simplista, perversa y binaria, por no decir cómplice. El viaje iniciático del héroe, o mejor dicho, del asesino, es un tema harto recurrente en nuestra literatura nacional y regional que como ya se sabe, se ha alimentado desde antaño de fantasmagóricas visiones simbólicas y alegóricas del mundo para justificar diversos actos de barbarie que esconden tras de sí intereses de orden socio-político y económico. Esta cosmovisión del mundo, aunque tenga un carácter poético y haga énfasis en las raíces españolas e indígenas que nutren nuestra cultura no deja de ser perversa, frustrante, predecible y facilista en esta clase de estudios. Sin ánimo de entrar en juicios morales que no vienen al caso y mucho menos de demeritar este libro, Juan Carlos Galeano podría haberse detenido un poco más en ofrecer un análisis complementario a esa poética de la violencia analizando paralelamente el fenómeno de la violencia estructural y cultural que se ejercía (y aún se ejerce) sobre el grueso de la población colombiana, o al menos se hubiera detenido en rastrear y criticar las fuentes históricas y demagógicas que sostenían (y aún sostienen) esta visión mítica del mundo. Sin embargo, no es así, el contenido por lo menos de este capítulo tiende a ser más informativo y comparativo que crítico, lo que no deja de ser una gran decepción. No hay, por ejemplo, una integración de los tiempos históricos-culturales como lo sugiere el académico Carlo Ginzburg (3) a la hora de abordar esta clase de temas donde interviene la historiografía literaria, que busque en este caso en particular, consolidar la polifonía de voces en Colombia, pues según Galeano no hay una polifonía sino un discurso repetitivo entre los poetas populares, algo que no sucede entre los poetas cultos. Esa es una verdad a medias o peor aún: una mentira incompleta, pues la riqueza de voces en Colombia es múltiple y se habla en diversas lenguas. Después de este sustancioso estudio comparativo donde aparece implícita cierta apología religiosa y mítica de la violencia en Colombia, Juan Carlos Galeano pasa al segundo capítulo de este libro para analizar el papel y la contribución de la revista Mito. A propósito nos dice:
La presencia de Mito en un momento de derrumbe de las instituciones y de los principios relativamente democráticos existentes en la sociedad colombiana significo una llamado a la civilización y a la convivencia dentro del marco de una revolución pacífica invisible a través de la cultura. Algunas publicaciones de Mito, a manera de relatos y de testimonios, constituían formas veladas y algunas veces directas de cuestionamiento a los abusos contra la libertad humana.
(Galeano, pág. 79)
La poesía que se escribe sobre la violencia y la crítica que emerge de la misma desde Mito es para Galeano la única fuente y estudio civilizado que se hace en Colombia sobre este tema en aquellos años, algo que es evidentemente cierto, pues a través de Mito múltiples intelectuales y poetas expusieron, denunciaron y analizaron la violencia que se ejercía en nuestro país en todos los ámbitos posibles: desde los hogares humildes colombianos hasta el campo de batalla, donde los representantes de la más baja casta social de ambos partidos se destrozaban sin siquiera saber porqué, herederos, como ya lo he dicho de odios ancestrales y preconcebidos con diversos fines. Fernando Charry Lara y Bernardo Ramirez fundadores de la revista, se cuestionaron continuamente en su momento sobre cuál debería ser el papel de los intelectuales en Colombia frente a ese desolador escenario y llegaron a la conclusión que la mayoría de los intelectuales de la época dependían en demasía de la casta política que los alimentaba, cual mecenas arcaicos, lo que les impedía cumplir con su labor social en un país que evidentemente los necesitaba. La única manera viable de mejorar esta situación era, según sus fundadores, democratizar la educación y fortalecer las instituciones encargadas de ejercer la justicia. Con este objetivo en mente decidieron ayudar en ese proceso estableciendo un puente entre el vulgo y la comunidad letrada al abrir un espacio en su revista para darle voz a aquellos que no la tenían en Colombia por derecho de cuna o de armas. Su labor fue más allá del cosmopolitismo literario y filosófico del que injustamente se le llego a acusar, según Galeano y en eso estamos de acuerdo.
Ahora bien, paralelo a la revolución cultural e intelectual que significo Mito, creció durante la década de los sesenta, un movimiento incendiario que se hizo famoso por sus arduas (y extravagantes) proclamas contra el sistema: hablo del nadaismo. Heredero del espíritu nihilista europeo y las excéntricas corrientes literarias norteamericanas que se fundirían en nuestro país con las voces desencantadas de un grupo de jóvenes poetas, este movimiento será el único movimiento de vanguardia colombiano circunscrito entre sus iguales en la región, que florecerá de manera tardía respecto al resto de Latinoamérica y el mundo. Sin embargo, a diferencia de la mayor parte sus hermanos mayores el nadaísmo fue, de la mano de Gonzalo Arango, un movimiento ante todo histriónico y pesimista. Su protesta social se enfoco demasiado en atraer a la población juvenil de las grandes ciudades en lugar de escuchar con detenimiento al público campesino, a pesar de las reiteradas denuncias que realizaban tanto de la violencia en campo como en la ciudad. Pese a que sus integrantes se declararon al margen o en resistencia a la esfera del poder de turno y de contar con el apoyo del sector intelectual menos conservador de la región, su movimiento no paso de ser una estrella fugaz que nunca tuvo (ni pretendió tener) unas bases literarias y políticas solidas porque no tenía definida una propuesta estética establecida más allá de formular versos contra la violencia bipartidista y contra la iglesia, o mejor dicho: contra todo. Algunos de sus representantes como Jota Mario Valencia alcanzaron cierta trascendencia en las letras nacionales e internacionales. Por lo demás no hay mucho más que decir y Galeano tampoco dice mucho sobre este movimiento ni sobre su principal "promotor" (mesías) : el pensador antioqueño Fernando González.
La conclusión a la finalmente llega Galeano no deja de ser sosa. Da la impresión que falta algo en ella a pesar del esfuerzo impreso en sus páginas. Se detiene demasiado en señalar la “ingenuidad” de los poetas populares y sus cánticos de lamento o ensalzamiento de la violencia, sin ser consciente de su propia ingenuidad, hablando en el sentido Freireano del término. No hallamos en su conclusión nada que haga pensar que las semillas de la esperanza que plantea en el primer capítulo del libro alcancen algún fruto al final, pues la poesía popular en Colombia (y muchas veces la critica que se elabora sobre la misma) parece no querer romper con la espiral de violencia en que vive sumergida al no atreverse a plantear una visión del mundo fuera del pensamiento mágico e intransitivo propio de la cosmovisión de las comunidades que la constituyen. Tomando en cuenta ese detalle, las semillas de la esperanza que plantea Galeano no pueden producir frutos en el mundo espiritual ni material de los colombianos, lo que lleva a pensar que según su conclusión no existen frutos de la muerte sino en su lugar muerte sin frutos. Ya para finalizar debo confesar con cierta tristeza, que a pesar del esfuerzo que Juan José Galeano hace en Polen y escopetas por presentar una radiografía critica de la poesía de la violencia en Colombia, no logra los resultados esperados pues su libro no pasa de ser más que una exposición de las temáticas y motivaciones tratadas en este tipo de poesía en Colombia y un estudio comparativo (algo somero) entre la poesía elaborada por el pueblo y por la comunidad letrada, desdeñando las herramientas que le otorga la historiografía literaria para esta clase de estudios.
_____________________________________
Notas
(1) Andres Holguin en su libro titulado Antología crítica de la poesía colombiana, denuncia que “no hay una obra básica sobre este drama del país”, refiriéndose a una ausencia de estudios especializados que se enfoquen en las expresiones narrativas y poéticas que deja a su paso la violencia.
(2) La literatura tiene siempre un carácter social, aunque no necesariamente persiga un objetivo político ya que da cuenta de las realidades circundantes de la cual el autor se nutre directa o indirectamente para crear su obra, al tiempo que esta tiene un impacto sobre sus lectores. Uriel Gutiérrez en su libro titulado “problemáticas y perspectivas de la novela en América Latina" (Pág. 80) se niega, por ejemplo, a pensar a la literatura fuera del ámbito social y cita algunos ejemplos tratando de explicar porque toda novela tiene un impacto social. La misma idea puede aplicarse a la poesía a pesar de sus diferencias con la novela.
(3) En el libro "El queso y los gusanos", Carlo Ginzburg nos plantea lo que podría definirse como un modelo de Historia critica para el análisis de las culturas subalternas. El investigador Carlos Antonio Aguirre Rojas, de la UNAM dedica un artículo a esta obra. A continuación adjunto su versión digital: http://www.scielo.br/scielo.php?script=sci_arttext...
BIBLIOGRAFIA
Acosta Carmen Elisa, editora. Leer la historia, caminos a la historia de la literatura colombiana. EUN, 2007.
Acosta Carmen Elisa, editora. Lectura crítica de las historias de la literatura latinoamericana. EUN, 2010.
Cobo Borda, Gustavo. Historia de la Poesía Colombiana, Siglo XX: De Jose Asunción Silva a Raul Gomez Jattin. Villegas Editores, 2006.
Galeano, Juan Carlos. Polen y escopetas: la poesía de la violencia en Colombia. Editorial EUN, 1997.
Ginzburg, Carlo. El queso y los gusanos. Editorial Ariel, 2016.
Comentarios